¿Sabes qué tienen en común un poema prusiano, un ciervo luminoso, el III Reich y Niki Lauda con un chupito de fiesta a las 3:27 a.m.?
Spoiler: no es el inicio de un chiste. Es la historia de Jägermeister, la bebida que ha recorrido más caminos que Frodo con resaca.
Todo empezó con vinagre… literal.
Corre el año 1878. En un rincón de la Baja Sajonia llamado Wolfenbüttel (sí, también suena a marca de sillas escandinavas), un tal Wilhelm Mast monta una fábrica de vinagre para minas. Pero como el vinagre no da para muchas fiestas, su hijo Curt decide darle un giro a la historia y empieza a mezclar hierbas como si fuese un alquimista medieval con delirios creativos.
De ahí nace un mejunje con 56 ingredientes secretos (sí, secretos secretos), que servía como remedio digestivo… hasta que la historia —y los nazis— lo llevaron por otros derroteros.
Cazadores, nazis y branding con bigote
Curt Mast era fan de la caza. Y como buen joven alemán de los años 30, también se afilió al partido nazi. Y aquí entra en escena Hermann Göring, número dos del Reich y cazador profesional, que funda la Deutsche Jägerschaft (sí, también suena a grupo de death metal) y se autoproclama Reichsjägermeister. ¿Qué significa esto? Que se llamaba a sí mismo el Master del bosque. Muy a lo Pokémon, pero con escopetas.
Curt, viendo la jugada, decide que su licor es perfecto para brindar al principio y final de cada cacería. ¿Y qué mejor nombre que Jägermeister? Literalmente: maestro de cazadores. Boom. Naming cerrado.
Para el logo, Curt recurre a la leyenda de San Huberto, un cazador al que se le aparece un ciervo con una cruz entre los cuernos diciéndole algo como: “bro, relájate con la escopeta y busca un poco de espiritualidad”. Y de ahí, ese famoso ciervo iluminado que ahora decora botellas, bares y noches que no acabaron bien.

La botella más resistente que tu ego en revisión de cliente
La mítica botella verde de Jäger fue elegida con una metodología muy científica: Curt tiró muchas al suelo hasta que una aguantó el golpe. Esa fue la elegida. Porque en el bosque y en la barra del bar, todo puede caerse.
La etiqueta, además, venía con un poema de Oskar von Riesenthal que hablaba de cazar con honor y respetar la creación. Lo justo para equilibrar el misticismo con un poquito de soft power cultural.
Del III Reich a las fiestas de universitarios
Jäger fue el chupito oficial del régimen nazi (sí, esto es real), usado incluso como anestésico en la guerra. Pero cuando todo se fue al garete, Curt salió indemne y su licor sobrevivió como ese amigo que se va de Erasmus y nunca vuelve igual.
En los 70, Jäger se mete en el automovilismo con Niki Lauda y compañía. Luego, en el fútbol, convierte al Eintracht Braunschweig en el primer equipo en llevar publicidad en la camiseta. Para que te hagas una idea: en España eso no pasó hasta que el Racing de Santander puso “TEKA” en el pecho… en 1981.
Branding salvaje, merchandising loco y fiestas muy poco espirituales
Desde entonces, Jäger no ha parado. Han hecho tostadoras que imprimen su logo en el pan, bikinis de piel (esperamos que no sean de ciervo), mochilas, gorros y hasta una Tap Machine que sirve chupitos a -20°C como si fueras un bartender de Skyrim.
Y si lo tuyo es la experiencia, también inventaron “La Casa Jäger”: una fiesta privada para VIPs y famosetes con conciertos, chupitos infinitos y decisiones de las que te arrepientes al día siguiente. Vamos, una especie de Hogwarts pero con Monster y reguetón.
¿Y entonces? ¿Todo esto era solo por un chupito?
Pues no. Es una masterclass de branding salvaje. Jägermeister ha pasado de ser un elixir herbal de cazadores alemanes a convertirse en una marca global, irreverente y única. Ha sabido aprovechar el storytelling ancestral, el diseño, la simbología cultural y… el poder del chupito con personalidad.
Jäger no es una bebida. Es un caso de branding en estado líquido.
Con historia, con cicatrices, con leyendas, con reinvenciones. Como el buen diseño. Como nosotrxs.
Visto en: brandstocker.com



















