24—26 Oct. 2024
Vilanova i la Geltrú - Barcelona

Cada vez somos más conscientes de cómo desde el diseño tenemos una responsabilidad ética, social y cultural, tomando decisiones en aspectos como la sostenibilidad, la perspectiva de género o el compromiso con la sociedad, en contextos en constante transformación social, política y económica.

Dentro de este conjunto de responsabilidades en el diseño se encuentra también la accesibilidad, un aspecto que a veces no acabamos de conocer profundamente, por su complejidad. A menudo evitamos tratarla porque nos parece que puede distorsionar o entorpecer la formalización de nuestros proyectos, cuando, por el contrario, lo que hace es enriquecerlos.

Entender la exclusión para poder incluir

Cuando pensamos en un diseño accesible nos vienen a la mente sillas de ruedas o personas ciegas, pero el abanico de posibilidades de exclusión que podemos estar obviando es mucho más extensa.

¿Qué pasa con las personas zurdas, las acabadas de operar de cataratas, daltónicas, con enfermedades mentales, aquellas que les falta un brazo, tienen artrosis o se han roto la clavícula…? ¿Qué pasa con aquellas personas que no están dentro de los promedios estadísticos considerados como “normales”?

foco de luz morada

Somos seres complejos, variables y podemos tener necesidades diferentes según nuestro momento vital o incluso según el contexto que nos rodea. Jorge Palomero, arquitecto especialista en accesibilidad, apunta que aunque está socialmente aceptado ser diferente, en las cuestiones prácticas del día a día se sigue ejerciendo una discriminación total” (Experimenta 88).

Según la Organización Mundial de la Salud, en 2011, el 15% de la población mundial (1.000 millones de personas) estaba experimentando alguna discapacidad. No son, para nada, números menores. Podemos decir que el resto estaba exento de ellas temporalmente, ya que nuestras habilidades van cambiando a causa de enfermedades y lesiones, así como por situaciones derivadas del contexto tecnológico o del día a día. En realidad, cualquier persona puede sentirse excluída en cualquier momento de su vida.

Excluir no solamente es injusto (que ya sería una razón suficiente para evitarlo), sino que también nos impide contribuir a la sociedad de manera positiva. Además, nos descarta la oportunidad de disfrutar de la diversidad, ya que desaprovechamos las capacidades de parte de la población.

Incluso, aquellos que llevan puesto el sombrero comercial entienden que valorando los aspectos de inclusión en un producto, se genera compromiso y contribución de aquella persona usuaria a la que nos dirigimos, porque puede acceder a la información, producto, servicio, aumentando el sentido de pertenencia con la marca. Son ejemplo de ello Apple, Microsoft, Google, EA Sports o Sony, al incluir características de accesibilidad para llegar a una parte importante del mercado que las reclama. persona de espaldas

¿Cómo podemos potenciar la inclusión desde el diseño?

Antes que nada, debemos abandonar la compasión y la lástima hacia las personas con alguna dificultad o diversidad funcional, dejar de pensar en “ellas” (separadas de “nosotras”) y entender que no vamos a hacer una acción de benevolencia sino a intentar que el mayor número de personas pueda acceder a aquello que queremos comunicar. Kat Holmes, en su libro Mismatch. Cómo la inclusión da forma al diseño, la tecnología y la sociedad (Experimenta Libros, 2021), lo explica muy bien.

Holmes habla de la necesidad de abandonar el enfoque que a menudo tenemos de “superhéroe” del diseño. Los diseñadores y diseñadoras no salvamos a nadie. Tenemos responsabilidades, sí, muchas e importantes, como hablábamos al inicio del artículo, pero no vamos a rescatar a nadie desde la superioridad. Esta actitud solamente nos va a llevar a separarnos aun más de las personas y prolongar su estigma e invisibilidad.

Como es complejo que un único diseño pueda satisfacer todas las necesidades, porque son muy distintas y variables en el tiempo, la propuesta de este artículo es hacer una introducción inicial con el objetivo de sensibilizar, siguiendo algunos consejos, que nos ayudaran a perder el miedo a abordar la cuestión:

  1. Entender la responsabilidad, importante, que corresponde a la parte de diseño. Cada elección (de color, tamaño tipográfico, material, forma, contraste, animación, etc) puede hacer inaccesible nuestro proyecto para un grupo concreto de personas. Según Holmes, “la participación no requiere un diseño en particular, pero el diseño en particular puede impedir la participación”.
  2. Entender la diversidad desde la interacción entre las personas, comprendiendo que estas cambian con el tiempo y según el contexto. Prepararnos, pues, para la incertidumbre eterna.
  3. No tratar la inclusión y la accesibilidad como un aspecto secundario a revisar o adaptar al final del proceso. Si lo incorporamos al inicio del proyecto de diseño, como cuando decidimos la tecnología o los materiales a utilizar, vamos a ahorrarnos mucho tiempo y dinero.
  4. No limitarse a cumplir lo que indica la normativa, de manera literal, en términos de accesibilidad. Ir más allá y verificar qué es exactamente lo que necesita nuestro proyecto para acercarse a las personas usuarias. Acercarse a la experiencia real y testearla de manera directa.
  5. Identificar los desajustes que puede haber entre las habilidades de las personas a las que nos queremos dirigir y las posibles incompatibilidades con la solución que proponemos.
  6. Evitar basarnos en nuestras propias habilidades o experiencias como base para generar una propuesta. Ello nos lleva a tirar de prejuicios y estereotipos, recurriendo a nuestra propia noción de normalidad.
  7. Diseñar una variedad de formas de participar de la experiencia que proponemos, evitando una única solución, fija, para que el mayor número de personas posible pueda sentirse parte de ella.
  8. Rodearnos y trabajar junto a personas que tengan un perfil de usuario similar a las que nos dirigimos, con habilidades relevantes –cuanto menos habituales mejor– para construir de manera conjunta. Lo explica muy bien este ejemplo de proceso de trabajo en unos packs de cereales accesibles para personas con discapacidad visual. Aunque no hace falta ir demasiado lejos: Mario Eskenazi explicaba en Blanc! 2018 que cuando le plantearon diseñar la imagen de Evax se sintió con la necesidad de incorporar a una mujer en el proyecto (que fue Gemma Villegas) para aproximarse de una manera más natural al producto, que él mismo no podría llegar a hacer nunca.
  9. Eliminar el pensamiento de que la accesibilidad es un elemento que entorpece el proceso de diseño. Sí, lleva trabajo, pero también lo lleva buscar un material más sostenible, traducir los textos a diferentes idiomas, buscar referentes formales o cualquier otra parte del proceso que tengamos ya integrado.
  10. Aportar creatividad en la parte de inclusión, como, entre muchos otros, en los proyectos que se muestran en “Inclusive”, de Microsoft Design.
  11. No nos fustiguemos o nos sintamos excesivamente culpables por haber trabajado desde la exclusión hasta ahora. Seguramente ha sido la manera que hemos encontrado para afrontar la incertidumbre. Lo importante es modificar nuestra mirada y cambiar nuestro proceso de trabajo para incluir la inclusión (nunca mejor dicho). De hecho, si has llegado a leer el artículo hasta aquí, espero que puedas cambiar tu manera de mirar la diversidad, inclusión y accesibilidad a partir de hoy.

Margaret Mead, antropóloga cultural, resume la cuestión de una manera brillante: “Recuerda siempre que eres absolutamente único. Al igual que todos los demás”.

Sobre el autor/a

Lluc Massaguer

Diseñadora gráfica, docente e investigadora. Doctora en educación y apasionada por todo aquello que tenga que ver con el proceso de producción gráfica. Creadora del blog La Màcula.

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