Estrés y (no solo) diseñadores

En la edición que GG publicó de Psicología para creativos primeros auxilios para conservar el ingenio y sobrevivir en el trabajo, Frank Berzbach da algunos tips de cómo pueden los profesionales creativos encarar su día a día profesional.

Sea desde casa (teletrabajo), trabajando de forma autónoma o por cuenta ajena, solo o en equipo, toca varios temas: normas de etiqueta, gestión de la energía, comunicación verbal (cómo dar feedback y cómo recibirlo, lidiar con conflictos) y no verbal (qué imagen transmitimos sin darnos cuenta, cómo afecta esto a nuestro entorno), el peligro del multitasking. También dedica un capítulo específico a las mujeres profesionales que compaginan su labor con ser madres.

 

La gestión de la energía y del tiempo

Parece obvio, pero uno de los puntos en los que hace hincapié Berzbach es en la gestión de la energía. Y es que la energía fluctúa a lo largo del día. Pero también a lo largo de los años. Uno no tiene la misma energía ni el mismo arrojo a los veinte que a los cincuenta.

Scott Belsky, uno de los creadores de Behance, en Making ideas happen también abordaba el asunto de la energía de una manera clara. Su punto de partida es que todos cada día tenemos miles de ideas. Es fácil tener ideas. Pero lo difícil es llevarlas a cabo: ejecutarlas y producirlas. Evidentemente para hacerlas será necesario destinar tiempo y esfuerzo.

Luego está que cada uno dispone de la energía de la que dispone, y a medida que pasan los años y se adquieren compromisos (por ejemplo, formar una familia), tiene que hacer frente a un conglomerado de responsabilidades. Al final Belsky aseguraba que se lo planteaba todo como un proyecto. Por lo tanto, incluye en su calendario personal, el proyecto “familia” o el proyecto “amigos” porque también les dedica tiempo y energía.

En este sentido, este año de pandemia y a partir del confinamiento de primavera, ha hecho reflexionar, según parece, a unas cuantas personas a qué o con quiénes querían realmente compartir su tiempo, estableciendo prioridades.

ilustración cursa caballos

 

Chickens y micro(macro)interrupciones

Esta manera de plantearse la vida profesional y personal como proyectos (¿cuánto tiempo y energía dedico a qué y a quienes?) es un enfoque que, además, tiene en cuenta todo aquello que pasa fuera de nuestro control: las cosas del directo, los marrones y otros pollos. Cuanto más al día llevemos nuestros proyectos mucho mejor. Así podremos capear lo inesperado. Lo que se sale del calendario. Y por Tutatis que se sale casi siempre. Algunos ejemplos:

  • Aquello que debía ser fácil o llevarnos 5 minutos y se acaba complicando hasta dedicarle toda una jornada laboral. Por ejemplo, instalar un certificado digital; y si es en mac, ni te cuento. Cortesía de la administración pública.
  • Proyectos profesionales que nos tocan teclas personales. Nos proponen un proyecto muy goloso pero el tamaño de éste nos asusta. Nunca antes hicimos algo parecido. Así que tendremos que lidiar con nuestros miedos e inseguridades. En concreto el miedo a fallar. Por ahí asoma el llamado síndrome del/@ [email protected]. ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Cómo quedaré si no lo hago bien? Miedo, inseguridad y ansiedad, además de emociones, implican un consumo de la energía personal.
  • Clientes, jefes o compañeros de trabajo complicados o engorrosos. Al final trabajamos con o para personas y somos complejas. La gestión de las relaciones interpersonales merece un capítulo aparte. Pero vaya por delante que nos va a implicar tiempo y energía. Probablemente es de los aspectos que más tiempo y energía nos va a llevar. Nos plantearemos cómo enfocar una reunión que se avecina complicada, dándole vueltas o hablándolo con otras personas. O cómo persuadiremos a un miembro de nuestro equipo para que lleve a término una tarea en la que no confía, dedicando un tiempo a definir qué estrategia utilizar para convencerle. O uno de mis favoritos: aquellas personas que te piden que vuelvas a enviarles aquel correo que les pasaste hace unos días porque no lo encuentran. Como si a mí no me implicara tiempo volver a buscarlo o enviarlo.
  • Las micro(macro)interrupciones son uno de mis temas favoritos en los últimos años. Se lo recomiendo mucho a mis alumnos: si quieres concentrarte en terminar un trabajo, apaga el móvil, siléncialo o déjalo en otra sala. No se muere ningún gatito si no contestas aquel whatsap en el momento 0,001 segundos. A veces hay correos que necesitan ser puestos en barbecho antes de enviar o simplemente lo contestas en otro momento. Tampoco le va a pasar nada a tu ego si no chequeas los likes que has cosechado en tus redes sociales durante unas horas. También merece un capítulo aparte cómo todo el elemento social (redes, mensajes, chats, etc.) ha invadido completamente cualquier ámbito: laboral, educativo, de relax. Pero sea como sea, todos sabemos cómo de absorbentes pueden ser estas distracciones y, lo que es peor, cómo podemos acabar perdiendo el hilo de lo que estábamos haciendo.

 

Estrés y ansiedad

Calendarizar tareas y proyectos, ayuda a ejecutar ya que funciona como hoja de ruta y marca plazos. Aún así, uno de los temas a los que dedica páginas Berzbach, es el asunto del estrés, que se va colando a lo largo de los capítulos.

Especialmente en los trabajos creativos, cuando hay el tic-tac de fondo y la idea no acaba de surgir. O todavía podría mejorarse. Berzbach advierte de cómo uno puede acabar absorbido en una espiral de dedicación 24×7. Vince Frost nos lo contó en su charla de este año: cómo decidió aplicar el diseño para ordenar su vida tanto personal como profesional que se había convertido en un desastre. Luego lo convirtió en un libro y un podcast Design your life.

Berzbach plantea que partimos con mal pie: hay un consenso social que valora el exceso de trabajo. Cuanto más trabajo, mejor. La productividad te da valor: hay que estar siempre haciendo algo. Aunque sea poner los platos en el lavavajillas. Hay personas que son incapaces de estar ociosas. No hacer nada de hecho les puede provocar ansiedad. Descansar se confunde con pereza.

 

Run or fight

Voy a tope, decimos a menudo cuando algún [email protected] nos pregunta cómo estamos. Habitualmente [email protected] [email protected] también contestará “Sí, yo también”.

Hay un estrés positivo: aquél que nos mantiene en una cierta tensión. Porque nos motiva y queremos que lo que estamos llevando a cabo salga lo mejor posible.

De hecho, el estrés es una reacción corporal necesaria que la evolución ha capitalizado como un modo de supervivencia: es una respuesta a una amenaza. Nos prepara fisiológicamente para salir corriendo o para enfrentar esa amenaza y luchar.

Sin embargo, el estrés se ha convertido en un sospechoso habitual. Y mantenido en el tiempo puede generar mucho malestar físico personal: contracturas musculares, migrañas, digestiones pesadas, úlceras; llegando a desembocar en enfermedades, como la ansiedad o la depresión.

¿Es que nuestros entornos laborales se han convertido en una amenaza? ¿Es real o imaginada? Probablemente hay un poco de las dos. Una parte la imaginamos: se acabará el mundo si meto la pata; ¿qué pensarán de mí si no lo hago correctamente, si no cumplo las expectativas?; me echarán si no consigo llegar a los objetivos. Hay un gran miedo interno a no estar a la altura, a fallar, a equivocarse. Fallar o equivocarse no entra en las ecuaciones.

¿Qué importa que los romanos ya dijeran: errare humanum est?

ciclista

 

Póngame dos de contexto por favor

Pero quizás también es real. También es real que si uno no cumple los objetivos o mete la pata puede estar en peligro de perder su trabajo o sus clientes.

Hace unos meses vi la película de Ken Loach Sorry we miss you, sobre la experiencia de un padre de familia que pierde su trabajo y encuentra otro como entregador de paquetes autónomo. Toda la estructura laboral que subyace en el entramado de la historia es realmente violenta. Hay una escena en la que un compañero de trabajo de este buen hombre, en su primer día le da una botella de plástico vacía: no es para llenarla de agua precisamente; sino para no perder el tiempo buscando un lavabo mientras hace sus trayectos.

Además, hay países, como el nuestro, en el que el modelo económico de muchos sectores se basa en una constante productividad y presencialidad de bajo valor: el turismo, la restauración, los servicios. Con lo cual hay que echarle un montón de horas para que te salga mínimamente rentable.

Es en este país que hubo un ministro de Industria que dijo “la mejor política industrial es la que no existe”.

Por si fuese poco, hay una cultura transversal de renegociar a la baja. Si dices 100, te dicen que 80. Si dices 80, te dicen que 60. Y así. Un conocido mío decía “Marruecos empieza en los Pirineos”. Venía de trabajar toda su vida en un ambiente anglosajón. Así que tuvo un choque cultural, imagino.

 

Mindfulness

¿Soluciones ante el estrés? Parar y respirar, salir a caminar, practicar meditación (ahora le llaman mindfulness), yoga, taichí, convertirse en runner, colorear mandalas. O, si las cosas se ponen feas, medicación. Y los hay que recurren a las drogas.

Debería hacernos cavilar un poco que el estrés se haya convertido en un permanente. Parece como si nos hubiéramos vuelto adictos a él. Nos hemos convertido en hámsters corriendo sin parar en la rueda; hasta caer enfermos.

El estrés, me parece, se ha convertido en una forma de crueldad y agresión institucionalizadas. Una crueldad que sigue la dirección del bumerán. Y esto es lo que debería hacernos reflexionar. ¿Es esa la dirección que debe tomar?

La jornada laboral de 8 horas (¿8 qué?) se conquistó a partir de la huelga de la Canadiense en 1919.

Escribe en este artículo un tal Umair Haque: «La meditación pasiva y el capitalismo agresivo y salvaje son compañeros de cama perfectos. La pasividad de la meditación es el antídoto perfecto, la máxima respuesta estadounidense al capitalismo agresivamente cruel».          

Sobre el autor/a

Lia París

Antropóloga, docente, project manager y mucho más.

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